Se cumplen dos décadas desde cuando el físico Sir Timothy John Berners-Lee desarrolló la World Wide Web (la red mundial), con la cual dio un vuelco a las comunicaciones. Las tres uve dobles que anteceden cada dirección de Internet y hacen parte del lenguaje cotidiano abren hoy las puertas de un universo virtual presente en la vida de una sexta parte de la población global. Los retos que ha desencadenado esta gran telaraña informática abarcan desde el surgimiento de nuevas modalidades de crimen hasta una revolución en los derechos de autor.
Este invento -que en principio buscaba intercambiar información entre un grupo de científicos de la Organización Europea de Investigación Nuclear- ha generado en 20 años una manera distinta de hacer negocios, de abordar las relaciones sociales, de comprar y de acceder a la cultura y al entretenimiento. Las transformaciones han sido de tal profundidad, que ya expertos hablan de un futuro que apuntaría a fenómenos impensables hace unos años, como la desaparición del papel como material para consignar textos y de los periódicos y la extinción de las oficinas de correos.
Colombia no es ajena a la penetración acelerada de Internet. Sólo en el 2008, según la Comisión Reguladora de Telecomunicaciones, el número de suscriptores del país aumentó 46,4 por ciento. Un informe del ente regulador, publicado este mes, confirma que el número de usuarios colombianos de este servicio alcanza los 17 millones, es decir, el 38,5 por ciento de la población total.
Este crecimiento a pasos agigantados de la red, en el país y en el mundo, ha despertado polémicas sobre derechos de autor, suplantación de identidad y distribución ilegal de películas y de música. Los códigos penales de muchas naciones han sido reformados para incluir delitos informáticos y cibernéticos, así como para sentar jurisprudencia sobre situaciones como el 'cibermatoneo' entre adolescentes. Cada día crece también la conciencia de que los usuarios pueden defender sus derechos ante las grandes corporaciones de la red, como Facebook, para proteger sus datos personales de posibles extorsionistas y para blindar su producción intelectual contra potenciales plagiadores.
Uno de los aportes más revolucionarios de estos 20 años de la web ha sido la ampliación de la capacidad de los navegadores de hacer las cosas por ellos mismos. Cualquier persona puede vender lo que quiera por más extraño que sea -como la joven que subastó su virginidad en Ebay-, visitar ciudades, saber dónde están sus amigos, hacer citas a través de una cámara de video, realizar transacciones comerciales, leer periódicos y revistas, organizar marchas de protesta... Un solo video popular en Youtube le da a un anónimo mucho más de los proverbiales 15 segundos de fama. El mundo virtual pareciera no tener límites.
Sin embargo, los días de anarquía de Internet, donde todo es gratis y la información fluye sin censura, podrían estar contados. Cada vez más una tarjeta de crédito es la llave para abrir las puertas. También crecen las alarmas sobre los contenidos violentos, racistas e intolerantes de muchos portales. Hasta las empresas más emblemáticas de la red han tenido que supeditarse a las peticiones de censura de regímenes autocráticos. Cada maravilla con que Internet deslumbra viene hoy en día acompañada de la otra cara de la moneda, más oscura y menos libertaria.
No puede descalificarse de plano este gran invento, que revolucionó las comunicaciones y acortó las distancias. Estas primeras décadas de la web sentaron las bases de un mundo virtual que apenas pierde la inocencia de la infancia. No basta con llevar Internet a rincones remotos: es preciso capacitar a ese 83 por ciento de habitantes del mundo que todavía desconocen esta herramienta indispensable.