jueves, 23 de abril de 2009

LEER LIBROS

Mientras se cambia el hábito de la lectura del papel a la pantalla, el libro impreso seguirá siendo el objeto de lujo más barato que alguien pueda adquirir en el mercado. Cuando suceda lo que ya se anuncia -que la gente lea más en la pantalla de un aparatito electrónico que con la vista y las manos puestas en el papel-, no habrá desaparecido el libro, sino uno de los soportes que lo difunde.

Aunque lujo es "todo aquello que supera los medios de alguien para conseguirlo" y la "abundancia de cosas no necesarias", muchísima gente sigue diciendo que, por lo caro, el libro "es un lujo". Y no es cierto. Si se sabe cuál libro elegir entre las montañas de libros de las librerías, donde se ofrecen ediciones baratas de obras clásicas y contemporáneas, habría títulos suficientes para llenar una aceptable biblioteca familiar.

El mercado ofrece objetos de consumo mucho más lujosos, costosos e "innecesarios". Y la gente los compra. Y cuando perecen, porque son productos perecederos, los remplazan por otros iguales. Siguen la cadena de consumo y esta se vuelve circular. Hasta que, de pronto, se concluye que lo hasta entonces comprado y consumido no era "cosa necesaria" en nuestra calidad de vida.
Hace unos días se reveló que los colombianos habíamos pasado de leer un libro y medio a leer dos libros por año. La fracción de diferencia es ridículamente alentadora. No precisa en qué clase de libros se produjo el incremento de la cifra. Es muy posible que ese incremento se haya dado en el consumo de "instant books" y de autoayuda.

La excusa del precio no es un argumento válido para justificar las pocas horas que los colombianos dedicamos a leer libros. La cosa es mucho más sencilla: no fuimos educados para creer que leer un libro y aprender a elegir qué libro se leía era tanto o más fundamental que comprar una botella de whisky, de marca superior, acaso innecesaria, o un par de zapatillas de marca, sumadas a las que ya se arruman en nuestro armario.

No fuimos educados para creer que la lectura de un libro fuera indispensable en nuestra calidad de vida. Si trataron de hacerlo, lo hicieron mal y con la peor de las pedagogías. Por esto se dio una situación paradójica: aumentó la escolaridad de los colombianos, se multiplicaron los centros de enseñanza universitaria, pero apenas leímos medio libro más por año.

El hábito de leer libros conduce al hábito de elegir buenos libros, como la costumbre de "ir al cine" lleva a elegir buenas películas. Ya es hora de distinguir entre leer y leer libros. Papel o pantalla, da lo mismo. Una cosa es la obligación de leer y otra muy distinta la elección placentera de la lectura.

Cuando se habla de hábitos de lectura se está hablando del ejercicio frecuente, a la postre inevitable, de "perder el tiempo" dándonos la posibilidad de aprender nuevas cosas, conocer remotas geografías y culturas, "sumergirnos en lo desconocido para encontrar lo nuevo", encontrar respuestas a preguntas, descubrir algún rasgo insólito de la condición humana, experimentar la emoción de un verso que nos resume algún misterio de la vida.

El lujurioso hábito de leer libros cuesta muchísimo menos que la compulsiva costumbre de consumir "cosas que no se necesitan." No importa que mañana se lea en una pantalla que simula la textura del papel, que admite subrayados y notas a pie de página o que la biblioteca del mundo quepa en una mochila. La materia que asegura la supervivencia del libro es "humana, demasiado humana", y se encuentra entre el pensamiento y la imaginación, algo de lo cual se pierden quienes no leen libros.

Óscar Collazos El Tiempo, Abril 23 de 2009

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